Diversas han sido las adaptaciones del relato escrito por Mary Shelley, nacido de una apuesta en las largas noches de invierno. Fue difícil librarse de la iconografía de la pantalla con respecto al personaje, al que James Whale dotó en 1931 de unas características que definirían las posteriores versiones de la criatura. Unos dones físicos claramente alejados del concepto de la escritora y que, convertían casi en una caricatura, aquel ser que se rebela contra un creador irresponsable y soberbio. No sería hasta la versión cinematográfica de Kenneth Branagh (1994) cuando se recuperaría el concepto original de la criatura: un amasijo de cicatrices y trozos de cadáveres.
Alberto Conejero ha tenido como guía la obra genésica para su adaptación a las tablas. En 1800 la universidad de Ingolstadt (lugar de nacimiento de los Illuminati) poseía gran fama, quizás esto decidiera a la escritora a situar allí el infame experimento del Doctor Víctor Frankenstein en su intento de suplantar la divinidad.